Por: Willy Geremias Encarnación Reinoso
La política en República Dominicana se ha convertido en un reflejo de todo lo que no debería ser. Más que un espacio para construir un mejor futuro, es un terreno donde se cruzan promesas incumplidas, discursos vacíos y un juego constante de señalamientos entre partidos. Aquí, quienes aspiran a liderar parecen olvidar que gobernar no es un privilegio, sino un deber, una responsabilidad ineludible con el bienestar de millones.
Hemos normalizado que los políticos critiquen a sus antecesores, acusen con fervor y se erijan como salvadores del país, solo para verlos, al ocupar un puesto, repetir las mismas prácticas que antes denunciaban. ¿Dónde queda la coherencia? ¿Dónde queda el compromiso con la población? Lo cierto es que, en este país, el poder parece ser un espejo que no refleja a la sociedad, sino las ambiciones personales de quienes lo ocupan.
Como dijo Abraham Lincoln: “Casi todos los hombres pueden soportar la adversidad, pero si quieres probar el carácter de un hombre, dale poder.” Y en nuestro contexto, el poder ha probado ser un instrumento para muchos, no una herramienta para servir.
Las políticas de implementación, esas que deberían estar destinadas a cambiar vidas, muchas veces no pasan de ser letras en un papel o promesas de campaña. La seguridad ciudadana, una de las mayores preocupaciones del pueblo dominicano, es relegada a un segundo plano mientras los recursos se desvían hacia proyectos sin impacto o simplemente desaparecen en el camino. Es evidente que la prioridad no está en resolver problemas, sino en perpetuar una cultura de beneficios exclusivos para unos pocos.
El manejo del Estado, en lugar de ser una herramienta para el progreso colectivo, se ha transformado en un medio para el enriquecimiento personal. Desde senadores hasta ministros, la estructura política está plagada de actores que parecen más interesados en construir fortunas que en construir un país. Se han olvidado de las madres que luchan por alimentar a sus hijos, de los jóvenes que buscan oportunidades y de los trabajadores que levantan la nación con su esfuerzo diario.
Platón, al reflexionar sobre la política, expresó: “El castigo por desentenderse de la política es que serás gobernado por quienes son inferiores a ti.” Hoy, esa advertencia resuena con fuerza en un país donde la ambición ha superado al servicio y el egoísmo ha reemplazado al compromiso.
No se trata de colores ni de partidos; se trata de un sistema que ha perdido su norte. La política debería ser la herramienta más poderosa para transformar una sociedad, pero en República Dominicana parece estar diseñada para mantener las cosas como están, para asegurar que quienes tienen privilegios los conserven a cualquier costo.
El verdadero cambio no vendrá de discursos llenos de promesas ni de nuevas caras que repiten viejas prácticas. Vendrá cuando entendamos, como sociedad, que merecemos algo mejor. La política no es un negocio, es un servicio. Gobernar no es acumular poder, es devolverlo al pueblo en forma de justicia, desarrollo y dignidad. Como afirmó John F. Kennedy: “No preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregunta qué puedes hacer tú por tu país.” Este es el espíritu que debería guiar a nuestros líderes.
República Dominicana no necesita héroes ni salvadores; necesita líderes que comprendan que el futuro de la nación no se construye con palabras, sino con acciones. Líderes que entiendan que el verdadero éxito no se mide en fortunas, sino en las vidas que se transforman para bien. Porque el pueblo dominicano no pide mucho, solo pide lo justo: un país donde el gobierno sea para todos, no solo para quienes lo ocupan.