Pedro J. Ledesma
Analista de Seguridad Nacional y Geopolítica.
Los últimos eventos geopolíticos de la era pospandémica han puesto en juego el futuro político de Vladimir Putin. En lo que él denomina una “Operación Militar Especial”, iniciada el 24 de febrero de 2022, las fuerzas rusas entraron en territorio ucraniano con el objetivo declarado de “desnazificar” y proteger a los ciudadanos rusos-ucranianos de la rusofobia en las regiones de Donbás, Donetsk y Luhansk.
Desde la revolución naranja, el Euromaidán y la destitución de Víctor Yanukóvich, Ucrania se ha convertido en un punto de interés estratégico para Occidente. La inversión de más de 5 mil millones de dólares anunciada por Victoria Nuland, entonces subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos de EE. UU, demuestra el interés que Ucrania adopte valores pro-occidentales y se acerque a la Unión Europea (UE) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Ignorar la importancia de Ucrania como frontera y lugar de alto interés estratégico para la seguridad nacional de Rusia sería un error. La administración Biden-Harris sigue el análisis de la RAND Corporation, un think tank del Pentágono que, en el año 2019, publicó el estudio Extending Russia. Este documento propone desgastar a Rusia en varios frentes: además de hacerle salir de sus fronteras, también desde lo económico, con sanciones y los costos de la guerra, hasta el aislamiento en foros internacionales, como se evidenció en los recientes Juegos Olímpicos de París 2024, donde los atletas rusos no pudieron representar a su país.
No debe pasarse por alto la Teoría del Poder Terrestre de John Alfred Mackinder, junto a su concepto de la región cardial o Heartland, ni la obra de Zbigniew Brzezinski El Gran Tablero Mundial, considerada una biblia de la geoestrategia estadounidense para conservar la hegemonía global. Ambos enfoques reflejan la disposición de EE. UU. para luchar por su posición dominante en una dinámica que podría recordar la “Trampa de Tucídides” descrita por Graham Allison.
Desde la caída del Muro de Berlín en 1989 y la desintegración de la Unión Soviética en 1991, a la que Putin ha llamado el mayor colapso geopolítico del siglo XX, Rusia percibe la expansión de la OTAN como una amenaza directa. La desintegración de la Unión Soviética fue, en palabras del estratega estadounidense George Kennan, una implosión interna, y desde entonces Rusia ha sentido su seguridad comprometida por la expansión de la OTAN. Este crecimiento comenzó en 1999 bajo la presidencia de Bill Clinton, y en 2004 se consolidó con George W. Bush al aplicar la estrategia anglosajona de “entre mares” (Báltico, Negro y Adriático) con una barrera de países de Estonia a Bulgaria, completada en 2009 y 2020. La OTAN también ha fortalecido su presencia en el Ártico, con la reciente incorporación de Finlandia en 2023 y Suecia en 2024.
En sus discursos, como el de la Conferencia de Seguridad Nacional de Múnich en 2007, Putin ha dejado claro que ve en peligro la existencia de Rusia tal como la conocemos. La filtración de un documento de 1992, del entonces subsecretario de Defensa de EE. UU. Paul Wolfowitz, sugiere una intención de fragmentar a Rusia para asegurar los intereses estadounidenses y el acceso a sus recursos naturales.
En el contexto actual, donde los conflictos en Gaza y Ucrania y las tensiones en el estrecho de Taiwán están al alza, el expresidente Donald Trump ha prometido terminar el conflicto entre Ucrania y Rusia si regresa a la Casa Blanca. Esto plantea preguntas sobre cómo lograría esta paz: ¿cedería territorios al “neozar” Putin?
Trump parece ser el favorito para las próximas elecciones del 5 de noviembre y ha expresado su intención de corregir lo que considera un error de la administración Obama-Biden, que en 2008 acercó a Rusia a China. Su enfoque está en contrarrestar a China, considerada la mayor amenaza para la seguridad estadounidense. Este intento de acercamiento a Rusia podría observarse en la reciente entrevista de Tucker Carlson en Moscú con el propio Putin, lo cual parece una señal de la intención de distanciar a Rusia de China, país con el cual ha reforzado su colaboración, como se vio en la reciente reunión de Kazán, Rusia.
¿Es arriesgada esta estrategia de Trump? Sí, y a la vez podría ser astuta. La República Popular China y la Federación Rusa están en su mejor momento de relaciones diplomáticas, comerciales y de seguridad energética. Esto plantea la pregunta: ¿qué estaría dispuesto a ofrecer un posible nuevo gobierno de Trump para distanciar a Rusia de su alianza con China? ¿Sería suficiente impedir que Ucrania entre en la OTAN y la UE? Probablemente no. ¿O permitiría a Putin influir sobre las exrepúblicas soviéticas? Esto parece improbable, especialmente cuando el exjefe del Pentágono, Mark Milley, ha reconocido que el mundo ha entrado en una era tripolar, con EE. UU., China y Rusia en el centro.
A simple vista, Putin está apostando todo: su futuro político, la integridad de su territorio y el legado de una Rusia pos-Putin. Estados Unidos, por su parte, se encuentra en una encrucijada frente a un gigante asiático que avanza con calma hacia su objetivo de consolidarse como potencia global para 2049. La figura de Trump representa un desafío para los globalistas, alineándose con líderes soberanistas como Putin, Xi Jinping, Narendra Modi, Viktor Orbán, Robert Fico, Nayib Bukele y otros, pero la lucha geopolítica y sus intereses frente a China, por el control de recursos clave para la energía, tecnología, inteligencia artificial, el sistema financiero, las rutas comerciales y hasta los recursos espaciales, hacen un punto de animus necandi geopolítico entre los polos capitalistas y comunistas.
Inclinar a Putin hacia Occidente como un aliado estratégico de EE. UU, es un gran reto, que podría representar un golpe para los objetivos globales de Xi Jinping. ¿Es importante esta estrategia? Sin duda. ¿Es confiable Putin para permitirle el control o la influencia sobre las antiguas repúblicas soviéticas como gesto de buena voluntad para alejarlo de China? Probablemente no. En última instancia, Putin hará lo que convenga a su Estado, aprendiendo de quienes, con el tiempo, han demostrado no ser de fiar.